“Chile despertó” es la consigna que se ha expresado con fuerza durante los últimos meses. Sin embargo, las mujeres y feministas hemos estado despiertas desde hace mucho tiempo. Hemos sido parte de décadas de luchas sociales que la élite política y empresarial del país se ha negado a ver. 

La movilización pingüina del 2006 y el movimiento estudiantil en 2011, cuando miles salimos a las calles no sólo a repudiar el lucro en la educación, sino a un Estado que promueve la privatización de los derechos sociales; en 2016, la indignación que estalló frente al sistema de AFP y las pensiones de miseria; al mismo tiempo las luchas comunales, regionales y de territorios en sacrificio en varios puntos del país, denunciando la depredación de la naturaleza y la precarización de la vida y, sin duda, en todo este período la inclaudicable y sostenida lucha del pueblo mapuche, son algunas de ellas. 

Todas las manifestaciones sociales se han desarrollado con diversas formas de lucha: marchas multitudinarias, campañas, ferias informativas y performances, entre muchas otras. También barricadas, resistencia callejera, paralización de ciudades, enfrentamientos con fuerzas de orden, huelgas, paros y tomas. Los resultados han sido siempre represión y criminalización de las movilizaciones por una parte, y unas cuantas mesas de trabajo, políticas públicas poco efectivas y muchas promesas utilizadas para disminuir la presión social, por otra. Sin embargo, el modelo capitalista, colonial, racista y patriarcal se ha mantenido intacto.

Las feministas estuvimos y estamos en todas estas causas con convicción porque son también nuestras. Simultáneamente, hemos desarrollado luchas propias, siempre orientadas a transformar la realidad que habitamos y el lugar de subordinación que el patriarcado pretende asignarnos.

Históricamente hemos luchado por desnaturalizar y erradicar el continuo de violencia que vivimos solo por ser mujeres. Repudiamos y denunciamos las agresiones físicas,  psicológicas y las manifestaciones extremas de violencia como la violación y el femicidio. Nos manifestamos contra el sexismo en la educación, la publicidad, medios de comunicación y en todos los ámbitos; por la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos y vidas; por la valoración, reconocimiento y necesaria corresponsabilidad en el trabajo doméstico y de cuidados; por la eliminación de la desigualdad salarial y la precarización laboral de las mujeres.

En este transcurso, la mayor conciencia y visibilidad pública del feminismo, se ha ido evidenciando en ciudades y territorios de todas las regiones del país. Las conmemoraciones contra la violencia hacia las mujeres cada 25 de noviembre, las  marchas Ni Una Menos desde 2016, las tomas feministas de universidades y liceos en 2018, las multitudinarias manifestaciones del 8M 2019 y la intervención de Las Tesis, que representó con fuerza y claridad el sentir de las mujeres en el mundo, son sólo algunas de las expresiones de la fuerza transformadora que portamos las mujeres.

Este 8 de marzo 2020, inmersas en el estallido social, continuamos la trayectoria que tantas otras han trazado, para que la valoración y representación de las mujeres sea una realidad en todos los ámbitos de la vida: familiar, estudiantil, deportivo, cultural, laboral, institucional, económico y político. Como hace décadas, nos llamamos a encontrarnos en las calles para renovar energías, organización y acción, emprendiendo juntas un nuevo año político. 

Marchamos masivamente contra la violencia patriarcal y racista que nos azota en el cotidiano; contra la precarización de la vida que nos golpea con más fuerza sólo por ser mujeres; contra las sistemáticas violaciones a los derechos humanos, porque tenemos la certeza de que ningún cambio radical será posible sin la participación activa de las mujeres. 

¡Contra toda forma de dominación:  FEMINISMO!