Sandra Palestro Contreras

Martes, Mayo 12, 2015

Los ilícitos de políticos y empresarios develados hace un par de meses han provocado una crisis política que ha remecido a todo el país. Una crisis que preocupa principalmente porque afecta la credibilidad en la llamada clase política, no por las pérdidas para el fisco o por los consiguientes recortes en programas sociales. Quizás no se habían dado cuenta que solo el 40% del electorado les depositaba su confianza y delegaban su representación, el resto, había mostrado su escepticismo desde antes.

Crisis de credibilidad o vivir en la desconfianza


 

Del empresariado, hace años se sabe de elusión y evasión de impuestos, de fraude al fisco; también, del espurio maridaje entre los negocios y la política, de oscuros manejos en el financiamiento de campañas, tibiamente, sin mucho ruido. Pero ahora, todo el aparataje estatal y mediático ha estado enfocado en ello, día tras día, las 24 horas. Es que esto sí se considera un problema mayúsculo, es lo importante, esto nos afecta como nación.

Simplemente porque fueron descubiertos quienes detentan el poder, y necesitan defenderse o hacer alardes de sinceridad para rescatar la confianza, no de las y los chilenos, sino de su electorado.

Para las mujeres la sensación de desconfianza no es nueva ni desconocida, más bien es parte constitutiva de nuestra cotidianeidad. La secundarización que vivimos está enraizada simbólicamente en la cultura, pero no es suficiente para sostener el orden de cosas, también es necesaria la violencia concreta, sexual principalmente, y de esa sabemos desde niñas. Tenemos que sospechar siempre, tenemos que cuidarnos, vamos creciendo en la desconfianza.

El Parlamento masculino decidirá por nosotras si vamos o no a la cárcel por interrumpir un embarazo; el androcentrismo que impregna la educación formal va reproduciendo y reciclando esta cultura que nos relega a segundo plano, y el femicidio evidencia de forma brutal el desprecio por la vida de las mujeres. El empresariado se colude para lucrar más; ofrece a las mujeres trabajos precarios; remunera un 30% menos a las mujeres por igual trabajo que los hombres; castiga a las mujeres en edad reproductiva en salud y previsión.

Pero estos no son problemas importantes, no entran en las categorías económicas ni políticas, son apenas asuntos de mujeres. La violencia contra las mujeres, al parecer, no nos afecta como nación.

Mucho hemos hecho hace siglos y hacemos en el presente para identificar, denunciar, revelar nuestra condición; para apoyarnos, aunar fuerzas frente a la violencia, y para imaginar y proponer nuevos mundos que contengan a todas y todos. Seguiremos reflexionando a fondo para conectar los asuntos públicos y los que se mantienen privatizados; organizándonos creativamente para sabernos una fuerza contracultural y mostrarla y, principalmente, politizando nuestros malestares hasta lograr conciencia en que éstos sí nos afectan, y mucho, como nación.