Diamela Eltit, 2016

lanzamiento5Quiero felicitar a cada una de las autoras y al coautor de uno de los trabajos por los ensayos que conforman el libro: “Educación no sexista. Hacia una real transformación” editada por la “Red chilena contra la violencia hacia las mujeres” y, desde luego, agradecer la oportunidad de intervenir en la presentación de este libro.

 

Desaprender para reaprender


Efectivamente, el transcurso de las mujeres en todos los órdenes de su vida está marcado por episodios de violencia ya explícita, ya simbólica que ejercen su latencia o estallan en los espacios privados pero, además, esa violencia está alojada en las múltiples instituciones por las que atraviesa y circula, entre ellas la educación que es la materia que hoy nos convoca.

De igual manera sabemos que existe una distribución social de la violencia como práctica masiva y los resultados más catastróficos, los costos palpables, decisivos y, en muchos casos, letales recaen sobre las mujeres situadas en espacios carentes, vulnerables. Doble violencia entonces para ellas.

He señalado, en más de una oportunidad que, desde mi perspectiva, la Concertación que dio inicio a la prolongada transición chilena, todavía en curso, fue una creación política-económica creada por la derecha para resguardarse a sí misma e incluso de sí misma. Una creación desactivadora de fuerzas en disputa para mantener así vigente e indemne su proyecto Chicago$. Esas operaciones son recurrentes y se estructuran a partir de una apariencia fantasmagórica que oculta la realidad de una producción, en este caso, política. Uso esta imagen que sé es riesgosa, pero la utilizo por la terrible desigualdad que ha ocasionado y que, a pesar de todo, se mantiene intocada. He recurrido a ese momento clave -el pacto transicional- porque quiero, en otro registro, el más crucial, señalar que, desde mi perspectiva, el género femenino es una construcción del masculino como fórmula de dominación y sujeción planetaria ejercida mediante diversas y múltiples tecnologías. Un conjunto de dispositivos ancestrales provenientes de distintas procedencias pero que, de manera sincrónica, apuntaron y apuntan a una decidida jerarquización.

Chile continúa de manera impecable e implacable su ruta excluyente de género. No puedo dejar pasar esta importante oportunidad que nos convoca para     recordar como un ejemplo extremo de violencia, la negativa chilena de los poderes estatales (aliados multifocalmente) contra el aborto y la interminable dilación de lo que ya parece imposible: el aborto terapéutico. Esa dilación es una muestra indesmentible de la ajenidad del cuerpo de las mujeres. De un no. La evidencia de ser consideradas solamente como un insumo social. Pienso que el aborto es especialmente una zona donde se miden controles. La demostración indiscutible de que el cuerpo de la mujer no le pertenece a sí misma sino al otro, a los otros. A todos, menos a ella. Que su biología y los ciclos que la conforman son esenciliazados y convertidos en discursos provenientes de una ideología de corte esclavista por el falologocentrismo local. Que la ley la acecha por los cuatro costados, más allá de la actualidad globalizada que hoy nos rodea. En suma que el cuerpo de la mujer contiene la virtualidad del delito y por eso su propia biología la encarcela. Porque la mujer no es global, es parcial, local, sometida a discursos, procesos y formas de alienación que de época en época y más allá de cualquier logro emancipador, renuevan, como diría Marx. las “cadenas” que marcan su monótono devenir subsidiario.

Efectivamente las superficies sociales se modifican. Pero se modifican siempre de manera asimétrica, manteniendo así zona de capturas, prohibiciones, vetos. Desde esta perspectiva pienso de manera absorta en la igualdad sin concesiones, soy contraria a la ley de cuotas de 20% ni 30%, cuestión que me resulta sorprendente, quiero decir la entiendo como política, pero no la comparto. Cómo es posible no pensar en un reparto igualitario. Eso no significa, obviamente, un “mujerismo” acrítico y concesivo, sino más bien disponer de un abanico paritario para desde allí pensar, dirimir, filiarse, combatir.

Y parece necesario relevar cómo las prácticas de las subjetividades alternativas repiten el mismo procedimiento. Pienso, siempre desde lo local, en el protagonismo de agrupaciones como Iguales o Movilh que más allá de sus logros, de sus necesidades y de sus luchas eficaces, mantienen una presencia pública centrada en sus hombres sin comillas (independientemente de las participantes de estas organizaciones). Lo que quiero señalar es que hasta ahora las imágenes públicas, sus hablas más frecuentes y más concretas son de hombres y así, la diferencia o la disidencia sexual que es un área de reciente inscripción institucional, continúa, repito, en los espacios públicos, sus prácticas excluyentes. Más aun, quizás de manera arbitraria y que puede resultar hasta irreverente, siempre estas organizaciones me han parecido hasta hoy y ya lo he dicho, hétero-gays. Porque ¿cuánto se sabe en el espacio público de la infatigable organización colectiva “Ayuquelen” o “Rompiendo el Silencio” agrupación liderada por Erika Montecinos, entre otras asociaciones lésbicas?

Desde luego, el espacio más poderoso para mantener este “estado de cosas” es el lenguaje como definición de lo que entendemos por lo humano. O más claramente abordado “somos”, en el sentido filosófico, porque tenemos lenguaje que es el instrumento cultural que posibilita la historia humana. Allí descansa lo medular de los poderes. Como un signo fundamental hay que considerar que la palabra “hombre” y la gramática de lo masculino es capaz de nombrar toda la superficie social. Tanto que incluye a la mujer sin nombrarla. Pero, si no es nombrada, si no tiene nombre (recuerdo aquí que el nombre es un sustantivo) no es. Pensar cada palabra es una tarea política como político es generar un espacio, un hueco, una lesión en ese lenguaje para nombrar lo que está contenido en otro nombre que no contiene, en ese único, el que sí es sustantivo al punto de sustentar todo el universo social.

El libro que hoy nos convoca apunta de manera plural a la educación, cómo opera y cuáles son los mecanismos que mantienen o bien profundizan las asimetrías. Recoge también experiencias emancipadores, críticas e inclusivas. Elena Aguila como presentadora, Sandra Palestro, Daniela Lillo, Ximena Azúa, Eloísa González, Tania de Armas y Cristián Venegas, Priscila González, Rayén Hormazábal y Mahuida Hormazábal, Carolina Garzón, Luna Follegatti concurren a este volumen a exponer de manera muy solvente sus investigaciones, lecturas, soportes teóricos, propuestas en torno a las falencias que atraviesan la trama de la educación chilena en sus diversas etapas.

Quisiera detenerme en un concepto que me resultó sumamente iluminador: “incapacidad aprendida” como una zona de enseñanza que contiene la escuela pero que la atraviesa para inscribirse como un arma devastadora en todos los órdenes de la vida de las mujeres, no solo en relación a las ciencias sino también en la generación y administración del dinero, nada menos que en los territorios de la producción (como no sea de hijos) Desde luego la “incapacidad aprendida” que señala Priscila González es crucial como mecanismo de subordinación y captura, pues ya sabemos que las grandes aliadas para sostener esta incalculable maquinaria son las propias mujeres que han aprendido su propio desaprendizaje, repitiendo las leyes más agudas y convincentes para incrementar el sometimiento.

Ese sometimiento que se naturaliza y se convierte en norma para generar como señalan Tania de Armas y Cristián Venegas: un “piso pegajoso” que detiene accesos, movimientos, despegues. Ese “piso pegajoso” tan conocido y que justifica la diferencia salarial porque la mujer desde esa “incapacidad aprendida” objetivamente vale menos y se desplaza con un esfuerzo indescriptible (muchas veces en contra de las mismas mujeres) para alcanzar, es un decir, un lugar en el mundo que será siempre sobre examinado.

A pesar de este análisis o por la necesidad de profundizar el análisis no me gustaría imprimir aquí una situación apocalíptica, aunque claro, la superficie social es muy deficitaria. Pero no es apocalíptica porque existen mentes lúcidas, activas que buscan incidir, como cada una de las que intervienen en este libro, mujeres y un hombre que están analizando de manera ultra solvente el campo educativo. Que estudian los estudios, que batallan desde sus propios estudios con los estudios mismos para imprimir sus voces de manera, hay que decirlo, no solo inteligente sino completamente sustantivas. Felicitaciones por el libro.