Por Nadia Poblete Hernández, Feminista

Las movilizaciones feministas en las universidades han entrado en un declive, lo que es casi natural luego de más de un mes en la cresta de la ola, luego de más de un mes de acciones, encuentros, asambleas, declaraciones, demandas; de sentir que se hacía historia. Ahora llega el tiempo de la revisión y de proyectar lo que viene. Frente a este momento, que recién se abre, quisiera aportar las siguientes reflexiones que espero contribuyan a la discusión política:

– Uno de los aspectos que articuló originalmente el movimiento estudiantil feminista fue la construcción y aprobación -por parte de diversas casas de estudios- de protocolos contra el acoso sexual. Si bien hoy, se ha evidenciado un cuestionamiento a los alcances de la protocolización como vía de abordaje de la violencia machista en las instituciones, queda en evidencia, la existencia de cierta hegemonía en el discurso de las posturas castigadoras, reproduciendo la lógica de las tan conocidas sociedades disciplinarias. Con ello no quiero deslegitimar los logros obtenidos en esta línea, sino llamar la atención, que en paralelo a la difusión, elaboración de estos instrumentos, se enuncian discursos punitivos que suponen que el castigo es una estrategia única y siempre válida para enfrentar la violencia. Este discurso que emerge, corre el riesgo de ser rápidamente cooptado por los sectores conservadores, o más bien porta los sentidos de ese discurso conservador, antidelincuencia y de tolerancia cero.

Por tanto, queda tensionar, queda mirar críticamente y pensar en la apuesta que sustenta un feminismo transformador. No es tarea fácil, dado que lo que ha evidenciado el movimiento es justamente la reiteración del acto violento en un espacio educativo y el silencio al que estaban sometidas las mujeres, las jóvenes, las niñas. No es tarea fácil, porque sabemos que al denunciar esa violencia silenciada estamos también denunciando la violencia que vivieron nuestras madres, nuestras abuelas y todas las generaciones que nos antecedieron. Sin embargo, no podemos pensar que la forma de solución es la pena y el castigo. La pena y el castigo también la hemos recibido nosotras al abortar estando criminalizado, la pena y el castigo también la hemos recibido nosotras cuando hacemos evidente nuestro amor lesbiano, la pena y el castigo también la hemos recibido nosotras por malas madres. Tenemos que pensar otras formas, porque lo que el feminismo entreteje es una sociedad donde la libertades sean posibles.

La lógica de la pena y el castigo apuestan a un cambio que hasta el momento ha sido un fracaso, como lo demuestra la situación de las cárceles en América Latina.

– Otro punto de reflexión que quisiera enunciar en estos párrafos refiere a esta idea que aparece no sólo en este movimiento, sino que en diversos encuentros de mujeres y feministas, y refiere a la intención de ir donde las otras mujeres están; las mujeres pobres, las pobladoras, las trabajadoras. Una suerte de mesianismo mueve a muchas compañeras y las impulsa a ir a las poblaciones, como si esa fuera una realidad otra, paralela. Pero resulta que las compañeras pobladoras, trabajadoras están en la universidades, están ahí como trabajadoras, funcionarias, las mujeres que hacen el aseo, las mujeres del casino, hay mujeres trabajadoras en esos espacios sagrados del conocimiento ¿Por qué no las vemos?[2] Una respuesta rápida: no sólo de sexismo vive la educación, el clasismo también se construye y reproduce en las instituciones.

Por otro lado, dado el aumento del acceso a las universidades vía créditos y becas,  hay un número no menor, de compañeras que son las primeras de la familia, las primeras que ingresan a la educación superior de una familia popular; yo misma fui la primera de la familia, y eso implicaba ¿borrar mi origen?, ¿qué porta otra (yo) primera de la familia, sino la historia de segregación, de clase, la historia de trabajadoras domésticas, la historia de madres solteras? Muchas de nosotras no somos parte de sectores privilegiados. Así que hablemos de nosotras, mirémonos; las pobres, las trabajadoras, las dueñas de casa están en todos lados y por supuesto entre nosotras. Entonces el punto es cómo en nuestros discursos, en nuestros planteamientos no negamos ese origen, esa historia, cómo nos nombramos no sólo como estudiantes, sino como esas otras mujeres.

– Finalmente, quisiera escribir sobre violencia sexual. Me parece que no se ha hablado lo suficiente de cómo entendemos esa violencia; se ha nombrado a los acosadores pero no se ha reiterado la idea de que la violencia sexual es un entramado complejo, que no puede remitirse a culpables individuales y que por tanto, pensar su solución exclusivamente en el castigo y la sanción es insuficiente, volviendo un poco al primer punto expuesto en este texto. La violencia sexual, que tradicionalmente la hemos entendido alojada en lo privado, en la familia, hoy debemos entenderla como un acto visible y que se reproduce. Probablemente, su origen histórico sea ese, un acto perpetrado por foráneos, desconocidos: el conquistador, el colonizador, el inquilino, el militar, esos reprodujeron una y otra vez el acto brutal y desde temprano en nuestra constitución como territorio colonizado, fueron configuraron una pedagogía, una enseñanza de cómo hacerse hombres. Este hacerse hombre a través del acto que demuestra potencia, como lo es la violencia y particularmente la violencia sexual,  es lo que Rita Segato ha denominado emasculinización, y sus actos en tanto enseñanza son parte de lo que la misma autora llama pedagogía de la crueldad. Pedagogía, que para ser efectiva debe ser mostrada y reproducida. Eso es lo sucedido en España con la manada y eso también es lo que trataron de replicar los estudiantes del Instituto Nacional.

La violencia en el cuerpo de las mujeres porta esa carga, no es  sólo una acción individual, sino que en esencia es un acto colectivo porque confraterniza a los hombres en su masculinidad hegemónica. El cuerpo de mujer, entonces, se transforma en el territorio para que el poder quede expresado tanto en tiempos de paz, como en  tiempos de guerra.

¿Cómo interviene en esta violencia la mercantilización de los cuerpos? Nuestro cuerpo como mercancía está, en la lógica del capital, disponible para el consumo en tiempos de neoliberalización,  y ese consumo tiende a lo irracional ¿No es este un sustrato fundamental para la reproducción de la violencia?

Termino esta reflexión y nuevos femicidios llenan los titulares de prensa. Muchas compañeras plantean, estamos en una guerra y efectivamente, la brutalidad de esos asesinatos nos refiere a esas lógicas, a las lógicas de la guerra, por su crueldad, por el sadismo. Hay una banalización de la vida y de la muerte que dejan en evidencia esas escenas brutales. Frente a esto, esa noción que hemos acuñado tan superficialmente sobre la precarización de la vida en este sistema, no alcanza, porque no aporta en la explicación –si es posible explicarlo- de lo brutal, de la barbarie que aparece en distintos lados.  El asunto es mayor o distinto a la precarización, que cada vez me suena más parecido al concepto de vulnerabilidad, tan usado por los gobiernos de turno. Diría mejor, los cuerpos y la vida se han banalizado, se transforman en cosa, se objetualizan, se trivializan, dejan de ser relevantes, ese es el resultado de la mercantilización de todos los espacios de la vida; la mercantilización del sexo, de los cuerpos, de la educación, de la salud, de las aguas, de todos los derechos y de todas las formas de vida, es el nudo que articula nuestras luchas, contra esa mercantilización y su banalización es o debería ser nuestra resistencia.

[1] Este texto se basa en uno recientemente publicado. En esta ocasión he querido centrarme en tres de los ejes desarrollados, que a mi juicio son los que más aportan a la discusión.
[2] Lamentablemente han pasado los días y hubo un punto de inflexión que pudiera incidir en un cambio en esta reflexión, el asesinato brutal de Margarita Ancacoy, funcionaria de la Universidad de Chile. Margarita debía comenzar su día de madrugada para llegar a su trabajo y en su trayecto fue asesinada por un grupo de hombres inmigrantes quiénes le robaron un celular y cinco mil pesos. Algunos de estos hombres son detenidos y estando encarcelados sufren torturas por parte de otros internos. Hay una reproducción de violencia que tiene un cimiento en los flagelación de los cuerpos de mujeres, pero también, en los cuerpos racializados, en lo cuerpos de los pobres. La violencia se torna un mecanismo de opresión complejo, donde las teorías parecieran insuficientes, donde la barbarie pareciera instalarse como lógica de funcionamiento.