Por Bárbara López Castillo – antropóloga. Ha estudiado, facilitado y sistematizado procesos socio-educativos de mujeres, a la luz de la educación popular y la pedagogía feminista. Ha colaborado con la institucionalidad de género como encargada territorial de violencia contra las mujeres, monitora comunitaria y facilitadora de talleres en las regiones de La Araucanía y Los Ríos. También ha participado en el activismo feminista separatista

Hace un tiempo atrás había pensando en escribir y pronunciarme frente a la asunción de Macarena Santelices como Ministra de la Mujer y Equidad de Géner. Desistí porque me sentí representada por las voces de miles de mujeres y colectivas feministas que, sobre la base de antecedentes empíricos, su sentido común o el ingenio para 164 caracteres de Twitter, mostraron su repudio frente a la entonces nueva titular del cargo, a quien se le enrostró su poca y nula trayectoria o formación en teoría de género. La consigna #NoTenemosMinistra cobró fuerza y a ello contribuyeron los intentos de frases para la galería que Santelices emitió ante la prensa, y los impresentables errores de su gestión, que se extendió por apenas 35 días.

Con la designación de Mónica Zalaquett como nueva Ministra el escenario no se tornó más auspicioso. Rápidamente se encontraron antecedentes sobre sus acciones y declaraciones, de un tenor tremendamente contrario a los intereses de miles de mujeres que el pasado 8 de marzo salieron a las calles de Chile y el mundo para hacer sentir la Huelga General Feminista. Y es que si bien el cargo de Ministra de la Mujer y Equidad de Género no se trata de comulgar con las expresiones más provocativas del feminismo radical, quien se encuentre ejerciéndolo sí tiene el deber de establecer un correlato con las convenciones internacionales ratificadas por el país, que establecen condiciones mínimas para garantizar y fortalecer los derechos humanos de las mujeres, esto es, una vida libre de violencias, igualdad de trato frente a la Ley, salud sexual y reproductiva, por nombrar algunos. Así, frente a los dichos de Zalaquett, quien se refirió peyorativamente a la extensión del post natal en 2010; y que en 2013 valoró como un acto de “valentía” el de la niña de 11 años que tuvo un hijo producto del abuso sexual de su padrastro, no podríamos hacer otra cosa que mirar su nombramiento con indignación.

En cualquier caso, sea Zalaquett, Santelices u otra figura la que encabece el MinMujeryEG, cabe recordar que a lo largo de la historia los movimientos de feministas y de mujeres han buscado horizontes que trascienden a la institucionalidad y las leyes, que no descansan en ellas. Esto, a sabiendas de que la estructura del Estado difícilmente puede acoger la mirada feminista, puesto que – más por acción que por omisión-, sus múltiples estructuras responden al paradigma patriarcal. De allí la dificultad de generar e implementar una Ley Integral de Violencia de Género, que implique reconocer la violencia contra las mujeres como un continuo estructural, con múltiples expresiones interrelacionadas e interseccionales, donde otras categorías como clase o etnia influyen directamente.

Con el permiso de hacerlo someramente, es relevante mencionar algunas luchas del movimiento feminista y de mujeres, que son reducidas al entrar en el campo de la institucionalidad y las leyes. La creación del Sernam intentó responder al arduo trabajo de mujeres activistas contra la dictadura militar, pero generó quiebres a poco andar del funcionamiento del Servicio, en el que muchas se encontraron de frente con la hegemonía machista. Algo parecido ocurrió con la promulgación de la Ley de Violencia Intrafamiliar, que constituyó un avance ante la ausencia de marcos jurídicos al respecto, pero redujo la comprensión de la violencia hacia las mujeres a un ámbito doméstico, centrado en la protección de la familia, sin poner a las mujeres en el centro; mirada que se ha sostenido por años y que ha instalado una comprensión limitada del tema en nuestra sociedad. Otras luchas han redundado en la tipificación del femicidio, la Ley Antonia de violencia en el pololeo, la Ley de Acoso Callejero impulsada incansablemente por el OCAC, la Ley de aborto en 3 causales, y sin embargo, esta atomización de violencias reduce, niega, burocratiza el ejercicio de derechos humanos de las mujeres.

Para no descansar en esta ínfima mención, hago la invitación a indaga en la existencia de un corpus documental robusto, sobre la historia del feminismo en Chile, que viene a responder el llamado que nos hiciera Julieta Kirkwood que nos convoca a “reconocer, tornar visible todo lo registrado y experimentado por las mujeres que tuvieron que luchar por alcanzar un espacio en el mundo de la política”. (Kirkwood, 1986:62). Dicho corpus es aparentemente desconocido por las ministras que han ejercido en el gobierno actual, o así lo demostró Santelices cuando declaró quelos movimientos feministas son absolutamente distintos, sobre todo los que buscan el caos, la destrucción y la descalificación. No tiene nada que ver con las marchas que hemos visto en nuestro país”.

Finalmente, hay que destacar que el mayo feminista de 2018, que partió visibilizando el acoso en las universidades y devino motor de demandas de un cambio cultural total y profundo, redundó en la postal de 1,2 millones de mujeres y otros cientos de miles en todos los territorios del país, en la marcha del 8 de marzo 2020. Las demandas de esta Huelga Feminista no están consignadas en ningún proyecto de ley ni creación institucional específica, puesto que interpelan a la sociedad toda, a nuestro repertorio de prácticas y a elementos simbólicos, a la división del trabajo, y por defecto –y quizá, por último-, al Estado y sus entes.

Sobre la base de lo dicho, afirmo que hay transformación cultural gracias al trabajo permanente de las organizaciones, de los movimientos de base y territoriales y la micropolítica de nuestros espacios cotidianos; hay precedentes en las luchas diarias que apuntan a que las mujeres ocupemos todos los espacios de la sociedad en condiciones plenas. Hay actos significativos que pueden ser mínimos o magnánimos, y que estamos llevando a cabo hoy con una fuerza que, silenciada en el pasado, no había sido tan visible en décadas. Lo veo en la propuesta sorora del cuidado y apoyo mutuo entre mujeres, en la toma de espacios históricamente ocupados por varones, en la concientización de otras, en la divulgación de la historia de las mujeres. Lo veo en los espacios feministas agrupados por barrios, universidades, profesiones, círculos de mujeres, redes comunitarias y tantas otras instancias que se han generado a toda escala: locales, virtuales, internacionales, etc. Esas y muchas más son las iniciativas que nos han permitido conquistar esos espacios velados, que la estructura patriarcal nos niega desde su origen.

Hace pocos días, Mónica Zalaquett arguyó que “Chile cambió y yo también he evolucionado”. Conviene recordarle, entonces, que eso no ha ocurrido por casualidad, sino por obra y acción de las incansables, de las que han luchado desde siempre, de las que luchan ahora y de las que lucharán mañana.

***

Todas las opiniones presentes en las Miradas Críticas son posturas personales y de responsabilidad de la autora