Elena Águila Zúñiga

Doctora en literatura y co-editora del libro “Nunca más mujeres sin historia. Conversaciones feministas”

Presentación de nuestra última publicación “Nunca más mujeres sin historia. Conversaciones feministas” en el marco de su lanzamiento, realizado en la Casa Central de la Universidad de Chile.

20 de abril de 2018, Santiago


Primero que nada, quiero agradecer a las compañeras de la Red la oportunidad que me brindan de, por decirlo en palabras de Julieta Kirkwood, poner en lo público la reflexión que fue privada.

Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, se suele decir.

Como si de la historia solo se pudiera aprender el error (o el horror). Aquello a enmendar. Los caminos por los cuales no deberíamos volver a transitar porque trajeron el mal a la comunidad, el dolor, la violencia, la muerte.

El olvido se podría pagar caro.

Pero…

Los pueblos que no conocen su historia tal vez están condenados también a no repetir los destellos utópicos, las expansiones de los límites de lo posible, las revueltas del sentido común que produjeron en el devenir de sus organizaciones y de sus movilizaciones.

A la historia no deberíamos ir necesariamente, o solamente, a buscar el trauma.

Porque no solo hay error (y horror) en nuestro pasado –como pueblo, como sector político (pienso en y desde la izquierda), como mujeres, como feministas.

Adentrarnos en la historia (en la nuestra) no significa solamente cartografiar heridas y cicatrices. Podemos también trazar “una cartografía de los impulsos que entusiasman el pensamiento”. Sí, es cierto, necesitamos conocer nuestra historia para que “lo que fue herida no se repita más” pero también para que “lo que fue deslumbramiento, se reproduzca” (Nicole Brossard).  

Este libro nos habla de los costos de no conocer la propia historia no porque correríamos el riesgo de repetirla sino porque correríamos el riesgo de no continuarla allí donde, por ejemplo, hubo un click de rebeldía –al decir de Daniela Lillo Muñoz—allí donde hubo prácticas liberadoras, asociatividad creativa, fiestas de aprendizajes.

Allí donde hubo coraje y dignidad.

Nunca más mujeres sin historia quiere decir, entonces, nunca más mujeres sin referentes de aliento y acierto, referentes de poder (hacer), de lucidez fulgurante.

Nunca más mujeres “ausentes de nuestro propio imaginario” (para decirlo en las palabras del título de una de las secciones del libro que estamos aquí presentando y celebrando).

Porque estar ausente en tu propio imaginario es cosa grave.

No tenemos figuras de mujeres con quienes identificarnos. Transitamos por caminos que mayoritariamente tienen huellas masculinas. Nos cuesta actuar en espacios públicos, surge la inseguridad, la falta de confianza, la autocensura. Para muchas mujeres, esto ha significado mantenerse en la eterna espera de que otras personas hablen por ellas, en el constante malestar de no sentirse escuchadas y, por tanto, de pensar que lo que han hecho no tiene mayor valor (“Conversaciones”, p.26).

¿En qué nos apoyamos si la memoria no incluye a nuestras antepasadas y sus expresiones emancipadoras? (Conversaciones, p.28)

“Una historia de negación crea misoginia”, sostiene Lorella Lopresti Martínez en su artículo incluido en este libro en el que explora el impacto negativo que este estar ausentes en nuestro propio imaginario tiene en las relaciones que establecemos entre mujeres. De “escasa solidaridad o explícitas rivalidades”, se nos habla en este artículo. Y de subversiones a esta pauta cultural también.

No podía estar ausente en unas conversaciones feministas sobre historia, y de esto nos habla el artículo de Fernanda Rojas Müller y también el de Valentina Errázuriz-Besa, la consideración del sexismo en la educación que se manifiesta en los textos escolares y los programas de enseñanza de la historia en escuelas y liceos de nuestro país.

Allí encontramos los “guiones” que definen nuestra “actuación”, en el sentido casi teatral del término, como personajes “hombres” o personajes “mujeres”. De “guiones de género” nos habla otra de las secciones de este libro, pero también, y tengo en mente aquí el artículo de Dominique Beyer Díaz y Josefa Hernández Aguirre, nos da pistas de posibilidades de cambio, de salirnos del guión para ensayar actuaciones de género no sexistas.

Otro asunto que circula por estas conversaciones feministas sobre historia tiene la forma de una constatación seguida de una pregunta.

La constatación: existe una vasta historiografía de mujeres –ver aquí el artículo de María Stella Toro Céspedes que nos la recuerda para el caso chileno.

La pregunta: ¿Por qué no hemos logrado asimilarla ni instalarla como propia, como referente en nuestras vidas? (“Conversaciones”, p. 90-1). ¿Por qué no disponemos de ella a la hora de emprender nuestras acciones en el presente?  

En las Conversaciones se busca una explicación a esta dificultad en la fragmentación de los estudios históricos de las mujeres, su desconexión de las otras historias, su captura en la academia.

Semillas, cosechas y frutos son las imágenes que usa Daniela Lillo Muñoz buscando vincular el presente con el pasado. Hay continuidad: es posible reconocer, si se le sigue la pista a expresiones y organizaciones políticas de mujeres en distintos momentos de la historia, una “cultura política feminista”, propone Francia Jamett Pizarro.

Somos continuidad de otras que estuvieron antes y continuamos en las que estarán. La continuidad asegurada que alegraba a Julieta Kirkwood cuando veía mujeres jóvenes asistiendo a los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe de los 80.

A fin de cuentas se trata de reconocernos en la historia de una “emancipación inconclusa”, al decir de Sandra Palestro Contreras.

Para terminar, una digresión (otra más):

La historia no es solo cosa de pasados remotos.

La historia nunca para de hacerse.

O solo para cuando dejamos de contarla

(si no lo cuentas, no cuenta).

Entonces contar nuestras historias –contar lo que estamos haciendo, creando, pensando hoy, o lo que pensamos, hicimos, creamos el año pasado, el 2011 (ah el 2011), en los 90, en los 80… hasta donde nos alcance la memoria personal…  también cuenta.

En este libro, en estas conversaciones feministas sobre historia que aquí se recogen, la memoria personal adquiere valor.

Y, bueno, si las feministas lo sabemos desde siempre: lo personal (no todo, ok, pero mucho) es político. Hay en nuestros archivos personales (cajas, carpetas, cartas, diarios de vida, casettes, fotos, videos…) una cantidad inmensa de historia latente (latente, porque si no sale de ahí se pierde).

Y hay historia sin registro alguno (solo accesible en la oralidad de la que estuvo ahí).

¿Vamos a dejar que se pierda?

La Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres además de su labor incansable de denuncia, organización y movilización o más bien dicho nutrida por esa labor de denuncia, organización y movilización ha ampliado progresivamente nuestra compresión de la violencia hacia las mujeres, de sus causas, sus formas y los ámbitos en los que se la ejerce.

Ahora le tocó a la historia, campo de luchas interpretativas donde campea la violencia simbólica.

La Red, déjenme que les diga, hila fino. Y, menos mal, lo cuenta.