El drama de Nabila no es inteligible para un juez de las cavernas

Juez Luis Rolando del Río

Por María Isabel Matamala Vivaldi, médica feminista, Observatorio de Equidad de Género en Salud.

Columna publicada originalemente en www.primerapiedra.cl el 24 de abril de 2017


Un juez del siglo XXI que no esté empapado con los contenidos de todos los instrumentos básicos del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, no cuenta con la capacidad para formular veredictos o sentencias. Está impedido de dilucidar en la realidad de las vidas personales, las causas primarias de las violencias en sus intersecciones de género, clase, etnia, entre otras.

Un juez del siglo XXI que no ha leído con detención la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, CEDAW, no posee la amplitud de mirada necesaria en la actualidad para poder identificar con precisión las vulneraciones a los derechos humanos de las mujeres por el sólo hecho de ser mujeres, y a partir de ese enfoque, fallar en consecuencia.

Para un juez del siglo XXI que ejerce en América Latina y Caribe, es injustificable no haber internalizado los contenidos de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer, o Convención de Belem do Pará, en circunstancias que la tendencia femicida ascendente y el ensañamiento machista contra los cuerpos de las mujeres es cada vez más feroz. A pesar de lo cual, la impunidad sigue siendo la norma.

Un juez del siglo XXI necesita trabajar sin cesar su trama subjetiva intentando deconstruir sus propias estructuras patriarcales, porque sabe que en los países de nuestra región, desde su más temprana infancia los varones han sido socializados para ocupar el estrato jerárquico de poder, por sobre las otras, aquellas que ocupan el estrato subalterno: las mujeres. Socialización que construye jerarquías de género, inundando pensamientos, sentimientos, certezas y prácticas; limitando o impidiendo nexos intersubjetivos con las mujeres en condiciones de efectiva igualdad y reconocimiento. Son subjetividades que propenden a la subvaloración, la sospecha, la demonización.

Un juez de este siglo que no haya incursionado en las ciencias sociales para conocer las causas de los procesos cíclicos que deben vivenciar las mujeres víctimas de violencia por parte de sus parejas, incluidos los paradójicos procesos de desistimiento una vez que han decidido hablar y denunciar, está desarmado para comprender y sopesar sabiamente los intrincados vericuetos de los discursos y conductas de las mujeres cuyas existencias se han debatido entre la ilusión de amor y el temor a que el ser amado llegue a casa después del trabajo. No sabe que ellas fueron programadas para vivir el amor romántico, sin que se les advirtiera que éste también podía traer consigo golpes, enucleación de ojos, desmembramientos o muerte. No sabe que, construidas simbólica, normativa y subjetivamente para cuidar a otros y otras, esas mujeres priorizan por su prole, en desmedro de ellas mismas. Y si no sabe tantas cosas, ese juez, ¿cómo puede emitir sentencias justas en materia de violencia hacia las mujeres erguido desde su analfabetismo?

Un juez del siglo XXI que no ha incorporado en sus marcos de análisis los Derechos Sexuales y Reproductivos, no está en condiciones de ponderar adecuadamente las acciones que promueven o que impiden decisiones libres, sin coacción, en relación con la sexualidad y reproducción de las personas, especialmente de las mujeres y las niñas.

En consecuencia, se dejará llevar por los prejuicios que ubican a las mujeres en lugares de cautiverio sexual, impuestos en nuestros colonizados países desde la Conquista mediante códigos marianos implacables.

Ese juez por ser tal, ocupa un lugar de privilegio en este siglo, pero es más bien un juez de las cavernas y nada tendría que hacer en un juicio como el de Nabila en Coyhaique, o en los juicios de cualquiera de aquellas miles de mujeres violentadas cuyas vidas están en riesgo cotidiano en este Chile patriarcal.