Por Paulina Sánchez, psicóloga clínica feminista, directora del Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile, integrante de la Red Chilena de Salud Mental Perinatal. Forma parte del equipo clínico del Centro SerMujer y de la Casa del Encuentro de La Pintana

Los feminismos han insistido en el pleno ejercicio de la autonomía y las libertades en el territorio de las maternidades, generando una tensión entre quienes defienden los derechos sexuales y reproductivos versus los sectores de la sociedad que defienden que una gestación llegue a término, aunque la mujer no lo desee. Vemos entonces, qué se trata de un asunto de deseo, pero ¿qué pasa cuando una mujer sí desea ser madre? ¿Qué pasa con su autonomía y libertad al momento de gestar y parir?

Al alero de estas preguntas, se hace necesario agregar a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, una lectura emancipadora de la maternidad, donde el territorio del deseo de convertirse en madre pueda ser también un escenario político de transformación social.

Cuando se obstaculiza el derecho a decidir, el sistema patriarcal impone la maternidad como destino único: o eres madre, o no eres nada. La feminista y poeta Adriene Rich autora del libro “Nacemos de Mujer” (1976), planteó la necesidad de diferenciar la institución de la maternidad impuesta por el patriarcado, de lo que ella define como la “experiencia materna”, que es otra cosa diametralmente opuesta, pues integra el deseo de la mujer. Una vez que dejamos de ver la maternidad como destino, podemos elegir como vivirla, libre de estereotipos y mandatos patriarcales, heteronormados y judeo-cristianizados, liberandola de idealizaciones y reconociendo su función en la vida social, política y colectiva. Entonces, al reivindicar la posibilidad de las mujeres madres a decidir basadas en la experiencia, permitimos entonces la diversidades de maternidades, pues madre no hay una sola.

Cuando obstaculizamos el deseo y la elección, estamos en el territorio de la dominación de los procesos sexuales y reproductivos, hablamos entonces de la violencia. ¿Será posible pensar las maternidades libres de violencias e imposiciones patriarcales?

Las mujeres madres somos violentadas recurrentemente, y el parto es el escenario en el que se agudiza la anulación de la autonomía y libertad como base de los derechos sexuales y reproductivos que son vulnerados cuando una mujer se transforma en madre experimentando una de las violencias de género más invisibilizadas: la violencia obstétrica.

La Violencia Obstétrica se entiende como la acción u omisión ejercida por profesionales de la atención al parto en instituciones de salud pública o privada que genera daño físico y/o psicológico en la mujer durante el período de gestación, parto y/o puerperio. Involucra toda la historia de construcción del sistema biomédico que ha patologizado los procesos fisiológicos de la mujer, desvalorizando sus potencialidades y construyendo la imagen de un cuerpo defectuoso que debe ser controlado por el saber, por ende el poder no está en la mujer, menos en la mujer madre.

Este tipo de violencia puede manifestarse a través de la excesiva medicalización de los procesos del cuerpo de la mujer, lo que se ve reflejado en el alto porcentaje de cesáreas innecesarias que impacta en la forma en que el cuerpo y los afectos de la mujer integraran la experiencia materna, sobretodo cuando no hay patología a la base que sustente esta decisión, que a veces es transmitida sin información clara, siendo vivida como una imposición, o a través del miedo, lo que hace imposible poder decidir libremente. Esta excesiva medicalización, genera que se realicen intervenciones que están desaconsejadas completamente por la OMS y la evidencia, como por ejemplo, la maniobra de Kristeller, o que se realicen de manera rutinaria maniobras que debiesen realizarse de manera excepcional, como la episiotomía. Por otra parte, la violencia obstétrica también se manifiesta a través de los malos tratos físicos, verbales y/o psicológicos hacia la mujer , siendo los más comunes, la infantilización y la privación de la expresión espontánea del dolor y/o emociones durante el trabajo de parto1

Hoy en el contexto de la crisis socio sanitaria vivimos un retroceso importante respecto a los avances que habíamos logrado en los los cuidados de la experiencia de las mujeres durante la gestación, parto y puerperio. Así como ha ocurrido con otros tipos de violencias, la violencia obstétrica se ha agudizado y ha tenido un alto impacto en las mujeres, recién nacidos y sus familias.

Una de los primeras acciones que nos alertaron fue la privación de la presencia de un acompañante durante el trabajo de parto y parto. El acompañamiento no es un capricho, ni menos debiese ser un privilegio, ya que acorde a los estudios de neurobiología del parto, la presencia de un acompañante significativo para la mujer es trascendental para favorecer el proceso de un parto (incluida la cesárea) generando efectos positivos para la salud física y mental.

Lamentablemente hemos recibido múltiples reportes de cómo este acompañamiento se está negando en diversas maternidades, incluso a mujeres sanas (sin Covid positivo). Según el “Catastro Colaborativo sobre Acompañamiento en el Preparto y Parto en Instituciones de Salud” (OVO Chile, al 31 de mayo), de 101 instituciones consultadas(61 públicas y 50 privadas), se encontró que en trabajo de parto y parto el acompañamiento ocurría en el 25% de hospitales públicos y 87% de centros privados, y en cuanto a la presencia del acompañante sólo en el parto esto ocurría en el 29% de hospitales públicos y el 13% en centros privados, apreciándose ausencia de acompañamiento en el 46% de hospitales públicos, no obteniendo reportes en centros privados.

Por otra parte, sabemos que la continuidad del vínculo madre y bebé es fundamental para el desarrollo psíquico y relacional del recién nacido. Esto adquiere especial relevancia en el contexto actual de la pandemia por el coronavirus, en que se torna crítico proteger a las gestantes y sus bebés, además de optimizar los recursos de salud, siguiendo normativas basadas en evidencia, de estudios y recomendaciones nacionales e internacionales (Organización Mundial de la Salud, Rama de Neonatología de la Sociedad Chilena de Pediatría, Manual de Atención Personalizada en el Proceso Reproductivo del Ministerio de Salud y de los compromisos del Subsistema Chile Crece Contigo). Sin embargo, según reportes de profesionales y de información de familias usuarias, en diversas instituciones del país se ha restringido el contacto inmediato piel con piel, y el inicio de la lactancia, incluso en casos que ni siquiera son sospechosos de Covid-19, sin ninguna justificación.

Es urgente que los movimientos feministas puedan tomar las demandas de las mujeres madres , para que la maternidad pueda ser vivida como un experiencia deseada, placentera y saludable. Si se sigue violentando a las madres, si aún no se logra una ley de parto respetado, si tampoco los organismos de salud incorporan la perspectiva de género, no estamos visibilizando el impacto que esto tiene no sólo en las 22.000 mujeres que la Ministra del Trabajo señala que requieren de la extensión de un postnatal de emergencia, si no que son 22.000 bebés, y todas las familias y comunidad que está siendo testigo pasivo de que la violencia la estamos viviendo desde el momento del nacimiento y se está expandiendo a los primeros años de vida de las y los habitantes de todo el territorio.

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Todas las opiniones presentes en las Miradas Críticas son posturas personales y de responsabilidad de la autora

1 Revisar el Informe de OVO Chile en www.ovochile.c