Elena Águila, doctora en literatura, editora y colaboradora recurrente de las publicaciones de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

Lanzamiento del libro Violencia estructural y feminismo: apuntes para una discusión, publicación de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. Casa Central de la Universidad de Chile.

Abril 2019.


 Este libro es el resultado de una invitación realizada por la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres a un conjunto de mujeres a pensar, cada una desde los lugares de su activismo político feminista y, a la vez, de manera colectiva, la noción de violencia estructural.

Detrás de esa invitación está lo que se percibe como una necesidad política urgente: abordar la violencia hacia las mujeres desde los espacios diferenciados en que se manifiesta, pero sin segmentar el problema de manera tal que se pierdan de vista las interconexiones que existen entre estos espacios y entre las violencias que en ellos se manifiestan.

Ahora bien, en el camino de reflexión y escritura que lleva a este libro, esa necesidad fue adquiriendo también el carácter de desafío. Una cosa es decir que la violencia que nos afecta como mujeres es estructural y otra cosa es explicar lo que queremos decir con esto.

Los artículos de este libro responden a este desafío: abordan la violencia desde espacios diferenciados mostrando su interconexión al incorporar el concepto de violencia estructural.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de “violencia estructural”?

Luna Follegati Montenegro, en el artículo que abre esta serie y que, además, da el título a este libro, define algunas coordenadas: hablar de violencia estructural hacia las mujeres nos sitúa en “el cruce entre (…) patriarcado y economía” lo que, hoy por hoy, significa abordar “la imbricación entre sistema patriarcal y capitalismo”, propone la autora.

Este cruce entre economía (capitalista, neoliberal) y patriarcado conduce a abordar temas como el extractivismo. Francisca Fernández Droguett lo hace desde una perspectiva que agrega a la díada capitalismo-patriarcado, la dimensión colonial: se nos impuso la visión moderna que coloca a “la naturaleza como un sistema a ser dominado y como eje del progreso de la humanidad”, a la vez que ubica a “lo femenino, lo indígena, lo afro, lo infantil como parte de la naturaleza en tanto estado salvaje, en contraposición a la cultura como ámbito de lo masculino, racional y por ende civilizado”, sostiene la autora. Esta visión trae consigo “economías masculinizadas” una de cuyas expresiones es el extractivismo. Este es parte, entonces, de una ocupación territorial, donde los territorios ocupados (“territorios en sacrificio”) no son solo espacios físicos sino una forma de estar en el mundo, una comunidad y, de manera central, los cuerpos de las mujeres.

Los “territorios en sacrificio” tienen nombre y en Chile se llaman, por ejemplo, Petorca, Puchuncaví-Quintero, el Wallmapu. Corina Muñoz y Johanna Molina, en su artículoEl extractivismo como arma del capitalismo contra las mujeres y sus comunidades”, junto con presentar la especificidad de cada uno de estos casos, proponen “ampliar la noción de extractivismo” y desde ahí postulan que “existe un conflicto entre el capital (…) y la vida”.

Mafalda Galdames Castro se refiere a otra de las formas en que se expresa la violencia que el capital ejerce a través de sus “economías masculinizadas”: el desarrollo de la agroindustria a gran escala. Esta, con la promesa de ofrecer “seguridad alimentaria”, amenaza con despojar a los pueblos de su “soberanía alimentaria”. La autora destaca el papel que han jugado y siguen jugando las mujeres en la defensa de la soberanía alimentaria.

La violencia estructural contra las mujeres tiene múltiples formas de legitimarse y, por esta vía, perpetuarse. Los medios de comunicación, sin duda, juegan un papel clave en estos procesos de legitimación/perpetuación. Yoselin Fernández Arce y Antonia del Solar Benavides, en su artículo incluido en este libro, analizan los “relatos y estructuras” de los medios de comunicación que perpetúan la violencia contra las mujeres.

Sin duda, el derecho también es un lugar de violencia estructural y como tal amerita la búsqueda en él de espacios de resistencia. Lidia Poza Matus propone la inclusión de la perspectiva de género y la interseccionalidad en la jurisprudencia como forma de resistencia a la violencia estructural hacia las mujeres en el ámbito del derecho.

El “mandato de masculinidad” y su secuela de violencia tiene una de sus expresiones en los tratados de libre comercio (TLC) postula Silvana del Valle Bustos. Un ejemplo reciente: el TPP-11, anunciado por las autoridades como un acuerdo “moderno” pues incorpora “nuevas temáticas”, entre ellas la de “género”. La autora identifica los mecanismos violentos hacia las mujeres que subyacen a los TLC, más allá de su oferta “moderna” (gatopardista) de género.

El artículo de María Isabel Matamala Vivaldi es una voz de alerta. La “guerra contra el terrorismo” en la Araucanía conlleva el peligro que toda guerra o militarización de un territorio significa para las mujeres y las niñas: el incremento de la violencia sexual llegando incluso a su uso como arma de guerra. Las experiencias en distintas latitudes, incluida América Latina, así lo demuestran, advierte la autora.

Mucho se habla en estos tiempos de la precarización de la vida en general y, en particular, del trabajo. Habría que mirar en clave feminista este concepto, propone Antonia Orellana Guarello. El trabajo de las mujeres no se ha precarizado… ¡siempre ha sido precario! Asalariado o no; formal o informal. El discurso del “empoderamiento”, tan caro al feminismo que se cursa desde el Estado y las políticas públicas, no considera esta condición estructural del trabajo femenino en el sistema capitalista, ahora extendida y generalizada por el neoliberalismo. “Mujeres empoderadas en medio de la desigualdad para trabajos que ya no existen” sería la propuesta liberal-estatal para enfrentar la violencia contra las mujeres.

“¿Qué hacemos frente al Estado neoliberal? ¿Lo ignoraremos como agente, recluyéndonos en activismos pequeños? ¿Apostaremos a su ajuste y reforma paulatina? ¿Hay espacio para preguntarnos, aún hoy, por un punto de fuga al neoliberalismo o nos contentamos con ser críticas?”. Son las preguntas que nos plantea la autora. Son también las preguntas de este libro. La misma autora nos dice que

Desde el feminismo debemos darnos la posibilidad de re-pensar la autonomía económica por fuera del neoliberalismo, es decir, no como acceso al salario y el mercado financiero, sino como la posibilidad futura de hacer sostenible la vida.

Menuda tarea.

“Mujeres contra la violencia, mujeres contra el capital, mujeres contra el racismo y contra el terrorismo neoliberal”. Hay muchas variantes de esta compleja consigna que se baila en las marchas feministas (porque en las marchas feministas algunas consignas se bailan): donde dice “mujeres” puede decir “feministas”; donde dice “racismo”, puede decir “machismo”. Compañeras de otras latitudes me cuentan que donde dice “violencia” ellas dicen “la guerra”. En lo personal me gustaría que en algún lado dijera “patriarcado”, pero no se puede decir todo de una vez y la estructura rítmica de la consigna impone sus restricciones y obliga a definir prioridades en cada contexto, en cada marcha.

El feminismo, no es la primera vez, se instala como lugar de cruce e intersecciones: no una sumatoria de segmentadas agendas de género, sino una trama de alianzas y articulaciones para enfrentar las lógicas patriarcales en su imbricación estructural con “el terrorismo neoliberal”.