Las alarmas se encienden cuando se perpetra más de un femicidio en un corto período de tiempo. Nos están matando y las mujeres ya no nos sentimos seguras. Esta consigna que emerge de forma cíclica es siempre un llamado de atención, un grito ante lo que pareciera ser “un aumento” de la violencia en un momento determinado.

No obstante, no hay ningún indicio de que aquello haya sido así durante la última década, o al menos no de una forma que nos demuestre algún cambio significativo en las dinámicas involucradas en este tipo de crímenes.

No podemos perder de vista que el femicidio no se trata simplemente de un delito grave en términos de criminalidad, sino que se enmarca en el continuo de violencia que vivimos mujeres y niñas a diario. Este continuo contempla expresiones explícitas, como violencia física, psicológica y sexual, y otras implícitas o simbólicas, por lo general mucho más difíciles de enunciar como violencia dada su aparente inocuidad.

Esta segunda categoría refiere a un espectro amplio de manifestaciones, como la exclusión de las mujeres de ciertos espacios y actividades, su borrado en la historia, estereotipos de belleza o el humor sexista, por mencionar algunas.

Si comparamos el femicidio con estas formas más sutiles de violencia, es indudable que lo primero es lo más urgente e importante de erradicar. Sin embargo, dada la continuidad entre lo uno y lo otro, no pueden ser abordados como asuntos que corren por cuerdas separadas.

La violencia, en su amplitud, se trata sobre las formas en que hombres y mujeres se relacionan en el cotidiano, los roles sociales que ocupamos las mujeres y el valor que se les otorga a dichos roles. Son estos los factores claves que están “detrás” del femicidio y los que deben transformarse para lograr efectos a largo plazo.

Por ello, creo que se requiere al menos una reflexión sobre qué es lo que estamos instalando en lo público y de qué maneras se comunica la violencia. ¿Por qué la necesidad de perpetuar la idea de una intensificación del femicidio como problemática cuando esto no es así? ¿Estamos apelando a la rabia para movilizar a otras mujeres? ¿O estamos promoviendo estereotipos y limitando su autonomía?

Al insistir en que nos están matando y, además, que nadie está haciendo nada al respecto, es desconocer completamente nuestra historia y rebeldía feminista y depositar todo cambio posible en el Estado y sus instituciones. Ciertamente, los avances en términos legislativos han sido lentos y mayormente enfocados en la denuncia y sanción. No obstante, nosotras sí hemos estado para nosotras y estamos produciendo cambios.

No somos meras víctimas, y si hoy la violencia en sus múltiples formas es abordada en la política, en ámbitos educativos y laborales, entre otros; es por la permanente acción y reflexión que hemos impulsado.

El camino aún es largo y son constantes los desafíos que se presentan cuando tratamos de desarmar las viejas formas. Por ello, es crucial la reflexión sobre por qué hacemos lo que hacemos y cuáles son sus efectos. Cuando se trata de violencia, sobre todo en sus expresiones explícitas, debemos ser cautelosas con el mensaje que transmitimos y evitar caer en narrativas sensacionalistas.

Isadora Castillo Chaud
Integrante coordinación nacional Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres