Sandra Palestro Contreras

Integrante de la Coordinación Nacional de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, socióloga y co-autora del libro “Nunca más mujeres sin historia”

Presentación de nuestra última publicación “Nunca más mujeres sin historia. Conversaciones feministas” en el marco de su lanzamiento, realizado en la Casa Central de la Universidad de Chile.

20 de abril de 2018, Santiago


Cuando Francia Jamett, Lorella Lopresti, Daniela Lillo, María Stella Toro y yo fuimos llegando a la casa del MEMCH en el primero de nuestros muchos encuentros, se armó el alboroto que siempre sucede cuando nos juntamos las mujeres.

La casa del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena nos esperaba cargada de historia; el MEMCH se había refundado en 1983 con mujeres de variadas organizaciones, entre ellas dos de las co-fundadoras del MEMCH en 1936: Elena Caffarena y Olga Poblete, y desde entonces jugó un importante rol coordinador de organizaciones de mujeres durante la dictadura cívico-militar.

La memoria nos llevaba del pasado al presente, de un lugar a otro, los recuerdos salían a borbotones, hablábamos todas al mismo tiempo, hasta que alguien tuvo que poner cordura y ordenar un poco la conversación.

La idea inicial de la Red, antes de invitar a este grupo de feministas para conformar el Grupo Historia, era formular propuestas para una educación no sexista.

Ya habíamos hecho una revisión crítica de los textos escolares de Historia, lenguaje y Biología; sabíamos que había otros estudios de este tipo y que hubo intentos por corregirlos; también que había módulos, cursos, incluso colegios que implementaban iniciativas no sexistas; habíamos publicado el libro Educación No Sexista. Hacia una Real Transformación; habíamos compartido y retroalimentado estos conocimientos con mujeres de varias regiones de Chile y con educadoras de Bolivia y Argentina, en fin, ya teníamos una idea bien fundada del sexismo en la educación. Además, habíamos constatado que el sexismo impregna todo el sistema educativo, no solo los textos, también las aulas, los patios, su estructura, los sindicatos, los movimientos estudiantiles.

Lo que nos quedó claro en este proceso y que consideramos era de fondo en cuanto al sexismo, en general, no solo en la educación formal, fue la omisión de las mujeres en el relato histórico. Con este relato que exalta la masculinidad, que tiene como protagonistas a valientes guerreros, avezados descubridores y conquistadores, genios científicos y artistas, conspicuos políticos y obispos, se va poblando el imaginario de niñas y niños. Los niños aprenden su protagonismo en la sociedad, y nosotras desde niñas vamos aprendiendo nuestra incapacidad para ciertas áreas del conocimiento y nuestra secundariedad. La sociedad, la cultura, la economía, la política funcionan como una gran máquina productora y reproductora de sexismo y está naturalizado en la vida de todas y todos.

A las mujeres se nos negó historicidad, es decir, acción transformadora de una idea o de un movimiento en una época; capacidad para producir impactos en las sociedades que pudieran considerarse históricos.

Es que las categorías masculinas de la historia oficial no nos incluyen, pero ¿queremos incluirnos en ellas? A veces aparecen mujeres como casos excepcionales, pero ¿qué procesos desencadenaron? ¿qué cambios produjeron? Las acciones colectivas de las mujeres surgen como pinceladas, en un recuadro aparte del tema central, pero ¿es que las mujeres somos convidadas de piedra en contextos que ellos construyen? ¿Y la mujeres no hemos hecho nada para revertir esto? ¿es que no existe un relato histórico de las mujeres?

Entonces constituimos el Grupo Historia para abocarnos específicamente a estos asuntos, para alentarnos a conocer y hacer fluir nuestra historia, que existe, que es cuantiosa, que muestra los caminos recorridos y los cambios producidos. Para estimularnos a construir nuevos relatos como co-partícipes en el devenir de la humanidad, integrando toda la diversidad de la vida misma.

Porque creemos que esa omisión de las mujeres en la historia nos deja sin piso, sin referentes para desplegarnos en la diferencia, la convierte en desigualdad “natural” en la especie humana.

Absorbemos una enseñanza androcéntrica que nos hace ajenas de nosotras mismas; lo valorado en esta cultura es la acción masculina, es la historia per se. Lo que hicieron y lo que hacemos las mujeres es omitido o secundarizado, no es importante; da lo mismo haber estado en una revolución, ampliado la democracia o estar reproduciendo cotidianamente la existencia humana, no importa, y esto impacta en todas las dimensiones de la vida de las mujeres.

Entonces, la idea inicial de formular propuestas para una educación no sexista fue descartada, muchas experiencias de este tipo ya son desarrolladas por mujeres estudiantes y docentes. Nos convocamos a conversar sobre algo que ya circulaba en el ambiente: una “reinterpretación de la historia”. Con esta megalomanía empezó el Grupo Historia.

En los siguientes encuentros fueron saliendo las experiencias personales de violencia que habíamos vivido en el ámbito público y en el privado; cómo nos había marcado la sensación de minusvalía en determinadas relaciones y momentos; la devaluación o descalificación que nosotras mismas habíamos hecho alguna vez de otras mujeres; la fuerza, la creatividad, las capacidades no reconocidas de nuestras madres y abuelas; las lógicas patriarcales en la rivalidad entre mujeres; la riqueza de las amistades entrañables y la complicidad entre mujeres; los relatos potentes de la acción colectiva de las antecesoras y las contemporáneas; los miedos, los daños, las inseguridades que nos vienen frente a una exposición pública o a cualquier decisión, y también, de cuando todas estas experiencias sedimentaron en nuestra conciencia y nos hicimos feministas.

Nos preguntábamos por qué si tenemos historia no fluye, ya sabíamos que nada en esta cultura patriarcal ayuda a promoverla, pero ¿por qué no está en las conversaciones familiares ni entre amigas? ¿cuánto de esta historia conocemos? Y nos solazábamos hablando de libros y autoras,

compartiendo nuestras propias luchas a la luz de nuestras antecesoras,  disfrutando la creatividad de las mujeres para expresar sus historias: las arpilleras, la prosa poética, ¿se acuerdan de La Batucana?, las canciones, los bordados, la Cueca Sola. Así estábamos, gozando, imbuidas en este mundo de mujeres, cuando María Stella lanza la siguiente reflexión: “Entonces, lo que queremos hacer no es reinterpretar la historia tal como ha sido narrada, sino más bien reinterpretar las formas de ver y de hacer la historia; también las formas de relacionarnos, de autoconocernos, de transformarnos, de construir desde las diversas subjetividades que se juntan en distintos momentos”.  

El efecto se sintió, nuestras conversaciones se aceleraron y tomaron nuevos rumbos, teníamos claro que existe una vasta producción historiográfica de mujeres que evidencia nuestra historicidad y que los miles de pequeños gestos de rebeldía cotidiana de las mujeres, van cambiando la vida, como decía Julieta Kirkwood, y esta mezcla que rompe lo público/privado ES nuestro lugar en la historia.

Lo que buscamos entonces es la valoración, el posicionamiento de un modo de mirar con nuestros ojos la vida, porque la historia es la vida misma, lo que hemos sido, lo que somos, lo que estamos construyendo. En síntesis, nunca más mujeres sin historia.