Los ojos de Nabila por Raquel Olea


Ni los acontecimientos de la contingencia política ni la sucesión de noticias con que los medios avasallan y desechan el pasado reciente. pueden permitir el olvido de la ferocidad con que Nabila Riffo fue agredida por el padre de sus hijos. Ni se mata ni se agrede por amor ni por celos como maliciosamente señala el maldecir; sucede porque vivimos en una cultura que construye a los hombres como sujetos de poder y a las mujeres como objetos de sus deseos.

Cómo leer el signo de una brutalidad que deja en la perplejidad, que abruma por la asimetría de poder que la escena transmite. Cómo aceptar que un hombre que alguna vez ha deseado a una mujer, que ha decidido tener hijos con ella, compartir la cotidianidad, pueda, en un acto de poder y permisividad machista extrema, golpearla, destruirle el rostro, arrancarle los ojos, para luego dejarla botada a la espera de la muerte. ¿De qué habla este hecho que repite una vez más un acto de poder masculino intolerable, en una sociedad regulada por leyes que dicen proteger los derechos de las mujeres?, un país que ha firmado convenios y tratados internacionales comprometidos a ese fin. Un país que paradojalmente tiene una presidenta mujer.

Se habla con liviandad y cierta naturalidad que Chile es un país machista; es contra el machismo que se han articulado campañas de educación, se han formulado leyes contra la violencia de género; hemos escuchado múltiples discursos públicos que en su retórica condenan el femicidio, conocido de actividades sociales que tenderían a erradicar este problema cultural gravísimo. Pero qué se puede pensar de esas palabras públicas, si la violencia insiste en reiterarse, si las políticas públicas son ineficientes, si las autoridades actúan con indolencia, sin hacerse verdaderamente cargo de una repetición exacerbada de la violencia, que las mujeres padecen continua y cotidianamente.

Qué hacer si el pensamiento político no profundiza y combate las causas del problema, y de alguna forma se resigna produciendo acostumbramiento social y naturalización de un problema gravísimo. Frente a esta interrogante emerge la figura de un vacío de pensamiento y acción en que vive la sociedad chilena; nombrar a los hombres violentos como cobardes, y al imaginario social que lo permite como machismo, simplemente refiere a un significante vaciado de sentido. La violencia de los hombres en sus múltiples manifestaciones ha soltado sus ataduras culturales transformando la convivencia en un peligro inaceptable. Si las autoridades no reaccionan, si se hacen cómplices por la inacción política, no nos queda sino preguntarnos si no vivimos en una sociedad misógina, más que en una sociedad machista. Todas las mujeres estamos en peligro.

Si hilamos (el tejido y el hilado es condición de lo femenino) lo acontecido a Nabila hace algunos días y a muchas otras mujeres en la experiencia de sus vidas cotidianas, a otros hechos discursivos y sociales, no podemos sino referir esta reflexión a un signo más fuerte, como es el de la misoginia para nombrar el actual estado de cosas.

Los debates que hemos presenciado, -o de los que fuimos parte- en torno a la ley de despenalización del aborto en tres causales, da algunos elementos para pensar en la articulación de una cadena semántica de aversión y desvalorización de las mujeres en la sociedad chilena.   Espanta pensar que frente a las causales programadas en el proyecto de despenalizar – no de legislar- el aborto, los argumentos esgrimidos por quienes aceptan la postura favorable a la penalización con cárcel para las mujeres que abortan, ignoren considerar la vida de las mujeres como el bien a proteger, en cada uno de los casos.

Hablan de manera pomposa sobre la defensa de la vida, se alude al paternazgo divino de la vida humana con actitudes y palabras fundamentalistas, fuera de toda revisión crítica de la realidad social, pero por sobre todo se desprecia el valor de la libertad y del derecho de las mujeres, que en cada circunstancia puede elegir libremente no asumir la maternidad.

Extremo es el discurso que propone imponer la aceptación de una maternidad, producto de la agresión más fuerte que una mujer padece en su sexualidad, violentando su voluntad y su consentimiento, la violación; incluso se escucha defender el derecho del violador a la paternidad. La aberración de este argumento aterroriza, al brindar más comprensión y protección al hombre violador que a la mujer violada. Cómo nombrar este gesto sino con el significante de la misoginia.

Si por otra parte miramos las composiciones de todos los espacios de poder político, económico, cultural, comunicacional, constatamos que la transición a la democracia en su alianza patriarcal-capitalista ha producido una democracia debilitada por la masculinización de los discursos y de los espacios de poder. En Chile las mujeres continúan siendo ciudadanas de segunda categoría. La política de género implementada por los gobiernos ha fallado radicalmente en la construcción de una igualdad de género que valore y respete la diferencia sexual.

Mientras la sociedad chilena posibilite la asimetría que posiciona a las mujeres como cuerpos disponibles a la violencia masculina e impida la facultad de la libre decisión en y sobre sus cuerpos, no podrá jactarse de ser una sociedad plenamente democrática, ni menos una sociedad modernizada.

El feminismo ha sido radical en mostrar y demostrar en sus investigaciones y pensamiento, que es desde las prácticas cotidianas, desde donde con más fuerza se impulsan las transformaciones que alterarán las prácticas culturales machistas y misóginas en una sociedad. Estas acciones deben promoverse y trabajarse en toda instancia de culturización, por ej, en la reforma educacional, como también incluirse en el texto de una nueva constitución.

Si lo padecido por Nabila (su nombre significa noble) nos ha conmocionado por haber resistido con vida; si sus ojos le fueron sacados para que no pudiera ver más el mundo; si lo último que vieron fue el rostro de su agresor enajenado en la violencia, seamos nosotras, sus ojos y mirada: exacta en denunciar, intolerante con todo acto de agresión, exigente en no permitir más muertes de mujeres, certera en demandar leyes y políticas públicas que impriman transformaciones radicales a las formas y hábitos con que hombres y mujeres construyan sus prácticas de convivencia.

 

Exigir Justicia para Nabila es requisito de vida en democracia.