Priscila González Badilla

Integrante de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, administradora pública, Magíster en estudios de género y cultura.

Presentación de nuestra última publicación “Nunca más mujeres sin historia. Conversaciones feministas” en el marco de su lanzamiento, realizado en la Casa Central de la Universidad de Chile.

20 de abril de 2018, Santiago


“Era tan necesario”, me digo al terminar de leer la publicación. Me emociona y no sé por dónde empezar a escribir, pienso en lo honrada que me siento al leer y poder comentar en este espacio con ustedes. Era tan necesario que nos preguntáramos dónde estábamos, en quién nos reflejábamos, y qué podíamos aprender de nuestras experiencias emancipatorias. Y es que algunas de las reflexiones plasmadas en este libro venían dando vueltas hace rato, madurando sin pausa y sin prisa.

Me reconozco en lo que consiga la Dani Lillo, al decir que las primeras veces que oímos la palabra feminismo o feminista no fue como algo positivo, sino como algo más cercano a un insulto.

Lo único estable, lo único certero, ha sido mi mamá. No tengo historia para atrás. Mi mamá a su vez nació de mi abuela que se llama igual que yo (o yo igual que ella), quien hoy con 93 años, y una enfermedad degenerativa, no me puede enseñar a hacer crecer las plantas, a lidiar con los bebés, a usar la máquina de coser a pedal, no me puede repetir esa frase que alguna vez me enseñó: “si a usted le levantan la mano, usted agarra un palo”. Es la versión ancestral de lo que hoy le digo a mi hermana Violeta, de 7 años: “Si te pegan, tú pegas. Después nosotras ponemos la cara”.

Por eso me da una sensación extraña al escuchar sobre los antepasados de algunas personas: que mi abuelo italiano, que la bisabuela alemana, la rama turca de la familia, que los croatas de Punta Arenas… no pertenezco a ningún lugar, mi historia empieza en mi mamá. Mi padre biológico se abortó como tal, desechó la idea de mi existencia con tan solo pensarlo así, asunto que fue angustiante durante una parte de mi adolescencia. Hasta que ya de grande, cuando este sentimiento estuvo silenciado por largo tiempo, por insistencia, instintito y porfía leí Madres y Huachos de Sonia Montecino. No era yo, solamente. No era precisamente mi historia en particular. ¡Resulta que me daba cuenta de algo tan obvio! Casi todo Chile es huacho, ya sea desde la concepción, o por acontecimientos posteriores. A diferencia de las mujeres, los padres abortan a sus hijos e hijas a cualquier edad, sea a las 12 semanas de gestación, a los 5 años de nacidos, con o sin su apellido, o por una pelea con la mamá.

Lo cierto es que Héctor Fernando Fuentes Mansilla, un hombre letrado, profesor de historia, magíster, de izquierda, no fue sino otro hijo sano del patriarcado, que me dejaba aferrada al elemento de continuidad de la historia de Chile: la mamá, mi mamá, tal como la tesis de Montecino. Patricia Ximena, profesora, la menor de 8 hermanos, a la que le tuvieron que regalar los pasajes para irse a estudiar a Temuco en un programa de radio, que fue mamá soltera –como si eso fuera un estado civil –que también fue mamá a los 47 años, viviendo la violencia dentro del hospital. La Patty no se puso en el lugar de víctima más que por un segundo, e incluso desde sus profundas carencias entendió que siempre estuvo sola. Más tarde se enfrentó al duelo de perder la memoria de su padre: Luis Badilla Troncoso abusó sexualmente de sus hijas Carmen y Lutgarda. 20 años después de muerto, era el fin de la memoria de un abuelo que no alcancé a conocer, del recuerdo idealizado de un anciano que según yo habría pintaba para bueno. Por eso cuando dicen que no le hacemos justicia las mujeres con el asunto del apellido, solo pienso, ¿para qué? Si el de mi madre es el apellido de un abusador sexual.

Repaso la publicación, y pienso que no es casual que todas tengamos recuerdos de mujeres que nos cuidaron cuando pequeñas. Que mientras ellas nos cuidaban, ellos accedieron a los medios de reproducción de la cultura. Que no es casualidad que aunque aún no lo sabía, mi amiga Paulina hacía un hermoso disco feminista al que bautizó “Cuando la mujer se vuelve canción”. Que hoy con más consciencia que ayer podemos decir a nuestras niñas que hay más posibilidades para ellas. Que claramente sí ha habido una cultura política feminista, como da cuenta Francia Jamett, porque esas hablas colectivas se robustecen cada día con la elaboración de los discursos sobre lo público y lo privado y más aún tratamos de vivir de acuerdo a esos contenidos político-feministas.

En las “conversaciones” que continen las páginas del libro puedo oír la voz de Sandra Palestro Contreras, comentando hace algunos años el anhelo de escribir la historia de las mujeres o al menos una parte de ella, haciendo eco de las palabras de Julieta Kirkwood, idealizando el momento de escribir en su casa y en silencio, y no en el torbellino de risas, almuerzos, historias,  ideas y café que podía ser la oficina de la Red a ratos. La escucho haciendo callar a la Sole, que la interrumpe para que su pensamiento no quede solo en ella. Hasta puedo sentir el olor del cigarro que prende cada tanto y puedo escuchar la amenaza velada o explícita de salir de la coordinación de la Red para escribir en paz. La escucho dándome lecciones sin la intención de hacerlo, por el solo hecho de relatar y reflexionar desde lo vivido, lo leído, lo visto. Nunca conocí a una mujer tan extraordinaria. Nunca estuve tan cómoda con el silencio. Nunca había vivido la sororidad de esta manera, y no estoy diciendo esto porque me haya puesto un 7 como supervisora de práctica, es porque su generosidad sembró en mí muchas cosas hermosas.

Cuando la pluma de la Sandra habla sobre la constitución de las referentes, a la vez, llena ese espacio con su testimonio, lucha y reflexión. Sé que no le va a gustar esta exposición pública que estoy haciendo de ella. Sé que hay que hacer justicia con nuestras mujeres. Sé que la Sandra, como las demás compañeras de la Coordinación, es un referente en mi historia breve, más breve que la vida de esta organización.

Desde hace un tiempo, Sandra nos ha instado a recuperar el optimismo. Nos ha hecho cuestionar las propias consignas del movimiento: ¿Ni una menos? ¡Somos más! Ha dicho ella. Que la denuncia es importante, pero el sentimiento desazón no puede ser lo último. Que a la violencia sistemática contra las mujeres no tiene una receta para enfrentar. Dice una de las conversaciones feministas:

“La experiencia ha dicho que los cambios culturales tienen más que ver con los colectivos docentes, los centros de estudiantes, los centros de madres, padres y apoderados, y los espacios de sociabilidad de las y los sujetos escolares, que con una institución más lejana de la cotidianeidad escolar, como el Ministerio de Educación”

La marcha de ayer convocaba también con la consigna “educación no sexista”. Como Red hemos contribuido al debate por una educación no sexista desde nuestra campaña “¡Cuidado! El Machismo Mata”, en reflexiones con dirigentas estudiantiles, en conversatorios universitarios y con secundarias, con profesoras y distintas organizaciones. La publicación “Educación No Sexista, hacia una real transformación” es una reflexión-acción colaborativa que esperamos haya servido en este par de años desde que la lanzamos para interpelar a las instituciones y a todas y todos quienes participamos de alguna manera de la estructura educativa.

En un bellísimo texto sobre las semillas y cosechas de este andar feminista, también de Daniela Lillo, se menciona como parte de esta cosecha que las instituciones educativas se han encaminado a la tarea de establecer protocolos contra la violencia, como el fruto ácido y difícil de digerir que devino tan marcadamente desde hace unos tres años hasta ahora. Por cierto no deja de alegrarme, pero a la vez una sombra me recorre y me sopla al oído… “que haya que enseñarle a los weones a no acosar…”, y por lo mismo quiero destacar dentro de todo lo que plantea Lorella Lopresti, que si bien nos dice que la cultura misógina cala hondo y más aún, nos mantiene como rivales, hoy es más fácil identificar esta trampa patriarcal y subvertirla en solidaridad entre nosotras, tejiendo y tejiendo el entramado que será terreno fértil para nuestras voces y acciones.

María Stella Toro, a quien tuve la suerte de tener de profesora, se pregunta ¿Cómo podemos pedir que nuestra historia no sea un constante hacer- borrar y empezar de nuevo? Resulta a veces angustiante, pero por ahí también vamos contribuyendo a subsanar lo que a muchas nos ha pasado alguna vez: que llegando recién a interesarnos sobre estos asuntos, desconocemos lo que sucede para atrás, a veces nos atrevemos a creer que vamos a inventar el 8 de marzo, creemos que desde siempre han existido las marchas del 25 de noviembre. No y no. O se nos hace creer que un día a un varón se le ocurrió la bondadosa idea de otorgarnos derechos. Nada más alejado del curso de los hechos. Con el texto le vamos haciendo frente a las dificultades específicas para una historiografía que nos refleje, como se señala en una de las conversaciones, que son la fragmentación, discontinuidad, y desconexión con otras historias.

No puedo dejar fuera las hermosas fotografías del libro. Sole, Caro, Estefanía, aportan a la memoria y la historia con el lente de sus cámaras, que retratan a mujeres en acción, ondeando sus banderas feministas o portando alegremente sus carteles de drástico amarillo y negro. Miro las fotografías y pienso que pese a todo, no podrán quitarnos la alegría de seguir construyendo nuestra historia.

Hay tanto por descubrir y escribir, hay tanto que revisar y recopilar… Nosotras estamos escribiendo y reescribiendo la historia. A los machos de la historia hay que preguntarles, ¿van a quedar bien parados después de eso? El ex profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades Leonardo León pensó que iba a salir con su honra intacta, porque ha habido una estructura de impunidad en la que se ha amparado durante décadas. Aunque no fue precisamente por las denuncias por acoso sexual en esta misma Universidad, sí fue condenado por la justicia por abuso sexual en contra de su hija. Y aquí estamos, las pintiparadas de la historia social, las que hicieron el escándalo y que tildaron de exageradas, lanzando esta publicación, como me enseñó Guacolda Saavedra a decir, “con toda la fuerza de nuestras ancestras”.

Hace poco escribí una columna sobre el fútbol femenino, y aunque podría considerarse un asunto banal, es para mí sintomático de la marginación de las mujeres de un espacio de sociabilidad masculina que se mantiene profundamente machista, pero también un espacio que las mujeres hemos ido transformando lentamente. Creo que refleja lo que hemos querido decir aquí también: que tenemos una historia, pero, ¿dónde la encontramos?  En algunos casos no la hay. Historia deportiva de las mujeres, no se ha escrito. Eso como muestra de tantísimas áreas más.

No queda otra opción que picarle por todos lados a este asunto, dice la Sandra. Y por ahí empieza a hacer agua, empezamos a desmontar la estructura. Por ahí inevitablemente llegamos a la reescritura de la historia, a poner atención a lo que está pasando con nosotras mismas. Por ahí “continuamos construyendo la utopía desde el presente”, dice ella. Conversemos y hagamos carne la consigna de este libro: Nunca más mujeres sin historia.