Por Nubia Becker Eguiluz, licenciada en literatura, escritora, sobreviviente de Villa Grimaldi. Autora: Una mujer en Villa Grimaldi y La reina de la primavera, Ed. Pehuén

Fue a finales de la década del cincuenta cuando me percaté de que algo estaba cambiando en el mundo, estas luces me llegaron en parte por la radicalización de la política chilena, pero también   desde el extranjero a través de la literatura rupturista de los Beatnik, del cine y las luchas universitarias en California. Luego, los procesos revolucionarios latinoamericanos -como la revolución cubana que nutrió la discusión de nuestro mundo juvenil- fueron un germen de politización general. En tanto, para nosotras las jóvenes de la época, fue también un despertar al cuestionamiento del mundo patriarcal que nos rodeaba casi sin trabas en aquellos años.  

Ese espíritu libertario fue el inicio de una larga lucha por lograr vencer las barreras de los cotos cerrados de los varones, ya sea en la política como en las universidades, en las áreas del trabajo y los sindicatos. Y en ese bregar fue fundamental el encuentro con las organizaciones de mujeres para darle fuerza y contenidos a las demandas que, con el tiempo, se fueron haciendo más complejas, como aquellas que se refieren a la libertad de decidir sobre nuestro propio cuerpo.

En la década de los setenta el número de mujeres que ingresaban a los partidos, a las universidades y al trabajo había aumentado de manera considerable. En mi experiencia personal fue en los espacios públicos donde, a fuerza de trasgredir los usos de la tradición machista, comencé a tomar conciencia de mis derechos y con ello a sentir la urgencia de los cambios respecto de nuestro rol, ya no solo como engendradora de hijos, dedicada al hogar o relegada a papeles secundarios en las diversas actividades a la que accedía, sino que, a la par que los varones, a  alcanzar la igualdad acorde a nuestras capacidades.

Recuerdo que al inicio de los 70 los temas de discusión en el mundo de la izquierda estaban centrados en las demandas colectivas a nivel nacional, e iban de lo económico a lo social en la perspectiva de un gobierno popular y democrático. Presentíamos ese mundo que se abría ante nosotras como algo   justo y posible de conseguir. La medida de lo inmenso y extendido de ese anhelo yo la tuve, una mañana de sol, cuando tomando café en un local céntrico de Valdivia vi venir una marcha de funcionarios de la Salud en demanda de mejores salarios, y aunque parecía imposible, al frente a esa multitud iba una mujer, asistente auxiliar de aseo del hospital regional, con la cabeza en alto enarbolando una bandera.

Durante el Gobierno de Salvador Allende las mujeres tuvimos un papel destacado en los diversos espacios del programa de cambios y en la lucha política por defenderlo. Pero también significó transgredir muchos de los tabúes impuesto por la cultura machista respecto al rol asignado en los propios frentes de trabajo, de estudio y partidarios. Así, en tanto la derecha usaba a las mujeres como punta de lanza para el “caceroleo” y la demanda ante los cuarteles para preparar el golpe, nosotras, las “upelientas” ahondábamos la huella de nuestra liberación como género, transgrediendo las estructuras machistas en nuestra propia lucha.

Con el golpe militar se borró a sangre y fuego los avances sociales y ´políticos logrados tras décadas de lucha.  Las mujeres, que sufrimos la prisión en las casas de tortura y exterminio y en los campos de concentración, nos enfrentamos cara a cara con el odio implacable del machismo conservador -propio del bloque político militar golpista- hacia la mujer de izquierda. Era la cara sin máscara del hipócrita conservador que predica sobre la pureza virginal de su mujer y su vientre “bendito” cuando habla en público, pero que bajo cuerda paga caros abortos y se solaza viendo los traseros desnudos de sus vedettes favoritas.

A nosotras, ellos nos consideraban prostitutas e inmorales, en primer lugar por estar “metidas en la política”, peor aún, por el hecho de militar en los partidos de izquierda. Eso ya ameritaba un castigo ejemplar que nos dejaba merced del atropello constante. Sometidas sin tregua al trato soez y degradantes de los abusos deshonestos y sexuales. De partida, éramos interrogadas desnudas, tendidas y amarradas en las parrillas donde nos aplicaban corriente eléctrica en las partes más sensibles del cuerpo: los senos, la vagina y la boca mientras se mofaban de nuestra apariencia y a gritos nos insultaban

Nos castigaban también por ser malas madres porque, en vez de ”atender la casa y  cuidar a nuestros hijos”, los habíamos dejado por andar como mujeres sueltas en “cosas de hombre”,  pero, a la vez nos amenazaban con traerlos al tormento para que habláramos.

Tampoco tuvieron trabas para hacer desaparecer a un gran número de mujeres que eran la flor y nata de esa época. Y toda esta saga de crímenes de lesa humanidad la llevaron a cabo en la más completa impunidad, con la anuencia de la derecha, de los”padres fundadores” y el silencio del poder judicial. Más aún, como Fuerza de Tarea, los miembros de la DINA recibieron y siguen recibiendo los reconocimientos, grados, beneficios, galones y medallas que las fuerzas armadas y del orden otorgan a sus valientes soldados por “este trabajito”.

Ese esquema retrógrado, heredado de la dictadura, se expresa hoy en la dificultad que tienen los temas de género en el congreso, en donde los conservadores  esgrimen como argumento la creencia teocrática por sobre el avance del conocimiento y de la ciencia, y se oponen a legislar sobre el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y el aborto libre hasta las 14 semanas .Y, si bien se logró legislar sobre el aborto en tres causales, este bloque  conservador logró poner la traba para el acceso universal a la atención en los hospitales que reciben subvención de Estado, y también pone trabas a la educación sexual en todos los colegios con un programa nacional. En todo esto hay un hilo conductor entre los esbirros de la dictadura y el conservadurismo de derecha y es el desprecio por la mujer en cuanto ser humano y sujeto de derechos.